Estudiar la práctica arquitectónica de los últimos veinticinco años puede generar una sensación de malestar cultural causada por la erosión de los fundamentos de la disciplina en tres líneas básicas: subjetivismo en la estética, relativismo cultural –ajenidad de la teoría y ausencia de crítica– e ingeniería como verdadera arquitectura. La reivindicación de Hays y Eisenman del concepto de autonomía formal en arquitectura introdujo un uso sistemático y abusivo de la arbitrariedad y la ambigüedad, reforzando el hermetismo de la teoría iniciado hacia 1968, volviéndola sistemáticamente críptica y ajena a conceptos con espesor social y generando una actitud anti-intelectual y anti-teórica. El creciente cisma entre teoría y práctica se ve hoy paradójicamente reforzado por la revisión Post-Crítica, al evitar abandonar la jerga hermética que critica. La teoría, dominada por una ‘autonomía discursiva’ metafísica con existencia propia y por el desplazamiento de la reflexión desde la arquitectura de lo cotidiano a su vinculación exclusiva con la ‘gran arquitectura’, se ha vuelto así extemporánea y exige nuevos estilos, formatos y modelos de práctica mediante una necesaria reestructuración para que pueda convertirse en un campo creativo que vuelva a enlazar en un dialogo vivo con la historia y la práctica de la arquitectura.